Hijos de padres separados
.
Los niños suelen vivir la separación de los padres con la incertidumbre y la tristeza que producen la ruptura de su estructura familiar y el enfrentamiento a los múltiples cambios, en su forma de vida, que ésta conlleva.
Aunque la mayoría suele entender lo que la separación significa, porque conocen a algún amiguito en las mismas circunstancias, la noticia no resulta precisamente fácil de encajar, en la misma medida que para los padres no ha sido tampoco sencillo tomar dicha determinación.
Hablar con el niño de la separación, antes de que uno de los cónyuges se vaya de casa, le ayuda a prepararse para los acontecimientos venideros. No hace falta extenderse exhaustivamente en lo motivos de la separación, pero sí dar una explicación sencilla y comprensible de lo que está pasando.
De esta forma, entienden que nadie los abandona porque tienen un padre y una madre que les quieren y que seguirán haciéndolo en un futuro, aunque vivan en casas separadas. Igualmente, conviene dejarles claro que no son responsables de la separación, ni depende de ellos una posible reconciliación, pues la decisión sólo compete a los padres.
Los pequeños necesitan prepararse para los cambios que se van a producir, de ahora en adelante, en su vida cotidiana. Entender quién es el progenitor que se marcha de casa, dónde va a vivir y cuándo podrán verlo, haciendo cuadrar lo mejor posible el régimen de visitas con sus actividades diarias.
Salvo en casos extremos de negligencia en los cuidados, maltrato o drogadicción, la separación no debe suponer la pérdida de relación con ninguno de los padres. Porque el niño para estructurarse, de forma psíquica y afectiva, necesita y quiere compartir su tiempo con ambos.
Si los cambios acaecidos, tras la separación, son mínimos y los niños conservan la misma escuela, los amigos de siempre y viven en el mismo barrio, todo suele ser más sencillo. Además, si informamos a los maestros de la nueva situación familiar, permanecen más atentos a las necesidades de los niños, en esta etapa y colaboran con nosotros en su mejor adaptación al proceso.
Una separación no tiene que conllevar necesariamente un trauma para los hijos, cuando los adultos se esfuerzan en proporcionarles el ambiente de confianza y seguridad que necesitan. Para lograrlo, es muy importante llegar al mayor número de acuerdos posibles, acerca de la custodia, el régimen de visitas, la pensión y las pautas educativas de los pequeños, lo cual no suele ser nada fácil si consideramos el clima de tensión existente entre una pareja recientemente separada.
Es muy probable enzarzarse en viejas rencillas por cambios de última hora en el día de visitas o sentirse invadido por el ex cónyuge si no para de llamar por teléfono para hablar con los niños, pero la tolerancia es fundamental para el bienestar de los hijos y a largo plazo, toda la familia saldrá ganando.
El progenitor que asume la custodia, tiene ante sí una ardua labor y una cantidad de tareas ingente. Aunque reciba la pensión con puntualidad, suele ver reducido su nivel adquisitivo, con la responsabilidad añadida de los niños a su cargo. Educar, cuidar a los hijos y mantener la disciplina, a diario, sin el apoyo afectivo de la pareja, pueden ser una carga excesiva para una única persona, a quien no se le puede pedir más de lo humanamente posible.
Cuando, además, las opiniones de los padres separados no coinciden, los niños sacan partido de estas diferencias, no responsabilizándose de sus cosas y estableciendo una alianza con el progenitor que menos límites imponga a su conducta. Entonces, es de vital importancia evitar estos enfrentamientos entre los padres, porque pueden producir importantes alteraciones afectivas y conductuales en los pequeños.
Otro tanto sucede con el tema de los regalos, cuando son utilizados para compensar ausencias o generar un agravio comparativo con respecto al progenitor que menos puede permitírselos. Obvia decir que confundir el afecto con la adquisición de objetos materiales, interfiere en el establecimiento de vínculos emocionales sanos y que utilizar a los hijos para dañar a la pareja, demuestra tan poco afecto por la pareja como por los hijos.
También es posible que, con el transcurso del tiempo, alguno de los progenitores, o los dos, vuelva a tener pareja. La reacción que pueda tener un niño ante este suceso dependerá de su edad, de su peculiar personalidad, de la relación que mantenga con sus padres y con la nueva pareja.
Pero, en líneas generales, podemos afirmar que todo se hace más difícil para los niños si la nueva pareja se incorpora demasiado rápido en el núcleo familiar. Y es mejor asegurarse de que la relación va a tener una continuidad, antes de hacer las presentaciones.
Es la nueva pareja y nunca los niños, quien debe esforzarse por crear un buen vínculo, no suplantando el papel del padre o de la madre, sino estructurándose como una persona afectivamente vinculada a todo el núcleo familiar, con quien pueden compartir parte de su vida y al que pueden llamar sencillamente por su nombre de pila.
En resumen, el efecto que tenga la separación de los padres en la vida de los hijos dependerá, en gran medida, de la forma como éstos enfoquen todo el proceso. Cuando los padres manifiestan el deseo de cooperar, en pro del bienestar de los hijos, los niños son capaces de adaptarse a la nueva situación, con el transcurso del tiempo. Llama, entonces, la atención la flexibilidad con la que asumen retos vitales que suelen resultar muy complejos, incluso para los adultos.
Sin embargo, son muy permeables al estado emocional de sus padres. Cuando los adultos muestran abiertamente su malestar, sus heridas y sus carencias afectivas, viéndose inmersos en múltiples rencillas y estableciendo alianzas con ellos en contra del otro progenitor, el resultado en un intenso efecto desestabilizador en sus vidas. Sólo somos humanos, limitados y a veces, heridos. Pero recordemos la importancia de nuestro cometido como padres y procuremos que nuestras heridas no les hieran también a ellos.
Sexualidad Femenina
La ansiedad, el estrés, la soledad, los problemas de comunicación y los déficits en la expresión emocional son las enfermedades de nuestro tiempo, producto de una sociedad post- industrial, profundamente competitiva, individualista y alienante.
El placer sexual en esta sociedad competitiva nuestra, condicionada a consumir, parece una loca carrera en pos del clímax, el eficiente aprendizaje de un conjunto de proezas casi gimnásticas, desvinculado de toda comunicación y afecto.
Eso, cuando la respuesta sexual no se resiente, ante las innumerables presiones de la vida cotidiana. Y, tras una ardua jornada, cuando por fin uno se acuesta en su cama, lo único que pretende: es dormir.
Las relaciones sexuales satisfactorias precisan dos requisitos que casi podríamos considerar un lujo en nuestra época ajetreada: tranquilidad y calidez. Por eso, no es extraño que los trastornos sexuales constituyan algunas de las demandas actuales más frecuentes en los consultorios psicológicos.
En el terreno sexual es importante conectar con el aquí y el ahora, no cayendo en la tentación de apresurarse. Disfrutar de las sensaciones precisa mesura, no anticipando ansiosamente lo que pasará a continuación. El único “deber” en el sexo es: “dar y recibir placer”.
Por otro lado, las relaciones sexuales en pareja constituyen una forma más de expresión de los sentimientos íntimos. Cuando la comunicación en pareja se resiente por discusiones, brusquedades o malas formas, resulta difícil acceder a tener una relación sexual o que ésta resulte placentera.
Las publicaciones sobre la Sexualidad Femenina de la reconocida escritora estadounidense: Shere Hite, pusieron de manifiesto una mayor demanda de muestras de afecto, sensibilidad, ternura y atención a los deseos personales, en las relaciones sexuales; sobre la base de encuestas muy detalladas a 4.500 mujeres, de todas las edades y extracciones sociales.
Las mujeres quieren que los hombres aprendan a expresarse emocionalmente en las relaciones sexuales. Y ello, no significa, necesariamente, que perciban el sexo sólo vinculado con el amor. Lo que no desean es delimitarlo únicamente con la penetración. Para la mujer, las relaciones íntimas se enriquecen con caricias, risas, besos, estimulación, fantasías, juegos, ternura, comunicación…
Además, las diferencias entre hombres y mujeres, en cuanto a las fases que componen el ciclo completo de la respuesta sexual, dan una apoyatura biológica al mayor deseo de sexualidad afectiva en la mujer.
Estas fases incluyen:
- Deseo: fantasía o ganas de iniciar una actividad sexual con la pareja.
- Excitación: como respuesta al contacto o la estimulación. En el hombre se manifiesta mediante la erección y en la mujer mediante la vasocongestión generalizada de la pelvis y la lubrificación vaginal, destinadas a favorecer la penetración.
- Orgasmo: consistente en la liberación de la tensión sexual. En el varón se produce la emisión del semen, tras una sensación de inminencia eyaculatoria. En la mujer se dan contracciones rítmicas de la pared del tercio exterior de la vagina.
- Resolución: en la que la tensión sexual desaparece, dando lugar a sensaciones subjetivas de bienestar y relajación.
Aunque cada persona responde a una secuencia diferente, que puede incluso cambiar de una situación a otra. Por lo general, el hombre pasa más fácilmente que la mujer de la fase de deseo a la de excitación y de ésta a la de orgasmo. Incluso no es infrecuente que la mujer no logre el orgasmo, pese a haber disfrutado y alcanzado de un alto grado de excitación sexual.
La mujer requiere un hombre imaginativo, cálido y afectuoso, que sepa proveerla de una estimulación previa apropiada. Alguien que disfrute, haciendo disfrutar. Alguien que no se apresure, porque el orgasmo femenino suele ser habitualmente más tardío y su ausencia no es necesariamente una señal de fracaso sexual.
Las mujeres priman la calidad de las relaciones sexuales sobre su frecuencia, porque dan más importancia a estos aspectos centrados en la comunicación óptima y en la satisfacción de necesidades.
De hecho, no existe una frecuencia que pueda considerarse “normativa”, en las relaciones sexuales. Que tengan lugar más o menos a menudo depende de cada pareja. Hay parejas que tienen relaciones una vez por semana, o cada 15 días y hay parejas cuyas relaciones son prácticamente diarias. Todo ello puede ser normal. Lo importante, más que la frecuencia, es lo que a ambos les hace felices. Y no intentar imponer nuestras necesidades al otro, lo que podría deteriorar severamente la relación, sino alcanzar un acuerdo basado en el entendimiento y el diálogo.
La masturbación y las fantasías sexuales femeninas, temas tabú durante muchos años, hoy son considerados elementos vinculados a una respuesta sexual sana, en la misma medida que lo son para los varones.
Las fantasías forman parte de la vida sexual y emocional de todas las mujeres. Fugaces, o muy elaboradas; secretas o compartidas con la pareja; constituyen la expresión de necesidades, deseos y sueños que pueden enriquecer la vida sexual. Les permiten imaginar situaciones que no siempre quisieran vivir en la realidad.
La masturbación femenina posibilita el mejor conocimiento de la respuesta sexual y la más fácil consecución del orgasmo, al disfrutar de una relación de pareja.
Cuando el entendimiento sexual entre una pareja falla, la atención de un psicólogo especialista puede mejorar las relaciones sexuales.
No obstante, reclamar nuestro derecho a una vida menos acelerada y estresante, atrevernos a establecer una conexión entre la sexualidad y el afecto, y revisar algunas ideas erróneas con respecto a la sexualidad femenina, son aspectos que fomentan una sexualidad más sana y placentera.
Vivimos abrumados por las múltiples presiones de una sociedad de consumo, no dejemos que estos locos condicionantes imperen sobre nuestra sexualidad. ¡Intentemos preservar nuestra libertad, al menos en la esfera de lo más íntimo!